domingo, 29 de marzo de 2009

Nocturno a Rosario - Manuel Acuña



I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito con que imploro
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías
que ya no sé ni dónde
se alza el porvenir.
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos.
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos,
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvios,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión;
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿qué quieres tú que yo haga
con este corazón?
VI
Y luego que ya estaba
concluido tu santuario,
la lámpara encendida,
tu velo en el altar,
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta, allá a lo lejos,
la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos,
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
¡mi madre como un Dios!
VIII
Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida.
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello,
con alma entristecida,
pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.
IX
Bien sabe Dios que ese era
mi más hermoso sueño
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño,
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer.
X
Esa era mi esperanza:
mas ya que a sus fulgores
se opone en hondo abismo
que existe entre los dos,
adiós por la vez última,
amor de mis amores,
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores,
la lira del poeta,
mi juventud, ¡adiós!




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