Id, rimas dolientes, hasta la dura piedra
que mi amado tesoro en tierra guarda:
llamad allí a aquella que desde el cielo contesta,
aunque su parte mortal se halle en sitio oscuro y bajo.
Decid que de vivir estoy cansado,
de navegar por estas horribles ondas,
que recogiendo sus esparcidas frondas,
tras ella voy, aunque tan paso a paso;
de ella sólo cantando, muerta o viva,
es más, siempre viva y ahora inmortal,
para que el mundo la conozca y ame.
Que esté ella de mi tránsito avisada,
cercano ya; venga a mi encuentro, y tal
como ella está en el cielo, a sí me atraiga y llame.
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