A continuación se muestra la entrada que el propio autor escribió como introducción, donde describe las diferencia entre un poema corto, uno mediano y uno extenso.
Delta de Cinco Brazos.
Hace años, en un ensayo dedicado al poema extenso, Contar y Cantar, intenté distinguir a los poemas no por su forma o por su asunto -poemas épicos, líricos, elegíacos, eróticos o sagrados- sino por su extensión: poemas largos, cortos y de extensión mediana. El poema corto requiere máxima intensidad combinada con la máxima brevedad; compuesto de tres o cuatro líneas, está más cerca de la exclamación que del discurso. El poema corto no cuenta: canta; pero su canto se apoya en un cuento, brota de una situación o de una historia. Situación implícita, historia no dicha y, sin embargo, presente: amor, separación, duelo, júbilo, encuentro, despedida, queja. En el poema corto no hay desarrollo; el fin y el principio se confunden. En el poema de extensión mediana el comienzo se distingue claramente del medio y ambos del fin. Es imposible confundir una parte con otra pues cada una posee carácter propio; al mismo tiempo, ninguna es autónoma ni separable de las otras: las partes no tienen existencia por sí mismas, dependen del conjunto. En el poema extenso el canto vive en función del cuento; quiero decir, depende de la historia o de la narración. La relación entre las partes no desaparece pero se afloja; cada parte y cada capítulo tienen vida independiente. Cierto,. para gozar plenamente de la lectura del episodio de Nausicaa, en la Odisea, debemos tener presente la historia de Ulises desde su salida de la isla de Calipso y aun desde antes. Pero un cosa es tener presentes los episodios o sucesos anteriores y otra abarcar en una sola lectura a un poema extenso. Es imposible leer la Ilíada, la Divina comedia, o el Paraíso perdido de una sentada.
En la Edad Moderna el poema extenso experimentó un cambio radical. Los poetas simbolistas aplicaron a los poemas largos la estética de los poemas breves y medios: la extensión se redujo y la intensidad se redobló. La consecuencia fue la ruptura de la continuidad o, más exactamente, su dispersión. Desde entonces, hace ya más de un siglo, el poema extenso se trasformó. La extensión: las Soledades tienen más de dos mil versos, The Waste Land apenas cuatrocientos treinta y seis; la continuidad: el poema se convierte en una sucesión de momentos intensos, unidos no tanto por la narración como por los silencios y los blancos. No obstante, la unidad no se ha roto: el poema extenso moderno es un todo. Y aquí conviene introducir otra distinción: con cierta frecuencia aparecen composiciones que son series de poemas unidos por un tema común; sus autores y nuestra distraída crítica llaman poemas extensos a esos conjuntos. No, un poema largo no es una suite; es una forma orgánica en la que la diversidad de los elementos se resuelve en la unidad de la obra. El poema largo no se define únicamente por su extensión sino por el orden y la relación que guardan entre ellas las distintas partes que lo componen. Es una verdadera composición: transcurre y, simultáneamente, recurre; nace de un motivo inicial, se bifurca, se enlaza a otros motivos y temas, cambia sin cesar y regresa a sí mismo. Su desarrollo es lineal y sucesivo, simultáneo y sincrónico. La línea que lo representa puede ser recta o sinuosa, en espiral o en zigzag. Pero la comparación con las líneas es insuficiente: el poema extenso es cuerpo y volumen. En uno de sus extremos colinda con la música y, en el otro, con la arquitectura.
Desde mi juventud he intentado, con varia fortuna, escribir poemas extensos modernos, es decir, composiciones que alíen la intensidad con la extensión. El primero es de 1940: Entre la piedra y la flor; el último de 1987: Carta de creencia. En 1980, la editorial Suhrkamp publicó Suche nach einer Mitte, cuatro poemas largos, muy bien traducidos por el poeta Fritz Vogelgsang y acompañados por un luminoso ensayo de Pere Gimferrer. Los cuatro poemas escogidos fueron Piedra de sol, Blanco, Nocturno de San Ildefonso y Pasado en claro. Este año mi amigo Hans Meinke, director del Círculo de Lectores, para celebrar mis ochenta años de vida y mis sesenta y pico de escribir poesía, me propuso publicar esos cuatro poemas en una nueva edición. Acepté encantado pero decidí aumentar a cinco el número de poemas. El cinco me ha atraído siempre: es la suma del tres, la cifra emblemática de nuestra civilización, y del dos, que simboliza la pareja primordial. Para los antiguos mexicanos el universo era un cuadrado formado por los cuatro puntos cardinales y con un punto, eje o sol, en el centro. El cinco une la visión cosmológica de los indios americanos con la de los indoeuropeos. Guiado por este simbolismo, escogí un poema más: Cartas de creencia. Es el más reciente y puede ser visto como el centro o quinto sol del conjunto.
La palabra que designa a la figura geométrica que forman los cuatro lados de un cuadrado y el centro es quinconce. No es muy hermosa. Además, a pesar de su origen latino (quincunx) y de ser usual en francés y en inglés, nuestros diccionarios la reprueban como un galicismo. Deseché quinconce. En una noche de insomnio, en la que vi a la poesía como un río de muchos afluentes, se me ocurrió un título: Río de cinco brazos. Más tarde, al componer este libro, mi amigo Nicanor Vélez, releyendo Blanco, encontró esta línea: <
En los poemas largos el tiempo fluye y se hace visible mientras que en los cortos se anula. El poema corto tiende a ser intemporal; es un instante y, como todos los instantes, no tiene hora fija: pasa en cualquier tiempo. Y más: es de todos los tiempos. Por su misma brevedad, se confunde con la poesía anónima: apenas si tiene autor o, más bien, su autor es un yo sin nombre y desprovisto de señas personales: es una presencia pura ante un presente irrevocable. El poema corto a veces es un complemento del poema largo y otras es un repoche; en ambos casos, es un descanso, un respiro. A la maneta de epígrafes y epílogos, escogí diez poemas cortos, dos para cada uno de los cinco largos, uno para el principio y otro al fin. Introitos, inscripciones grabadas en un pórtico, señales de entrada y salida; asimismo, correctivos y antídotos ante la prolijidad de los poemas extensos. y sobre todo: diminutos fuegos vagabundos. Lo que queda, si algo queda, de nuestros trabajos.
OCTAVIO PAZ
México, a 22 de febrero de 1994
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